domingo, 7 de octubre de 2012

La kinesis del narrador



Esa vieja coordinación de alma, ojo y mano (…) es la coordinación artesanal con que nos topamos siempre que el arte de narrar está en su elemento.
Walter Benjamin

Nada más eléctrico que la mirada intensa de quien nos habla. Hay, en sus ojos,  una capacidad recalcitrante de atravesarnos hasta sentir la puñalada en el pecho. El hombre no nos mira, la luz encandila su rostro y funde su horizonte en un manto blanco y brillante. Se retuerce en cada apretar de dientes y de letras: “…yo que soy un yeso, así, todo apretado, duro, siempre mirando a las chavalas con ojos de huevo frito, si soy un infeliz, les tengo miedo.” Contiene la respiración, apresura las palabras, aplastándolas unas a otras, mientras se ahoga en la ansiedad de contarlo todo, con muchos detalles, con pocas explicaciones.  

Esta es una pequeña escena de Alberto Laiseca con su cuento “La cabeza de mi padre”. Este es su arte, el de narrar, el de hacer suyas las palabras y expulsarlas ya con sutil parsimonia, ya con violenta desesperación. Disparan como balas no solo por su labios, sino por cada extremo de su cuerpo, por cada parte de su piel abrillantada de sudor. La frente se arruga, los ojos se cierran hasta hundirse en los huecos de su rostro, y se pierde y se halla en la comunión con lo narrado.

Hay quienes postulan que la necesidad del relato está en la sangre, determinada por la hormona de la narratina, cuestión que podemos confirmar mediante la existencia de relatos tan cotidianos como los chismes y los sueños (o el intento aventurero-fantástico de contarlos).  Y es que todos, también hacemos nuestros los sucesos de la vida, propios o ajenos, en los que nos encontramos, nos vemos reflejados o completamente distanciados, a los que interpretamos y, allá van, rodando por los oídos de quienes lo oyen generando una nueva escaramuza en sus mentes y en las de vaya uno a saber quién más.

El narrador no es solo un relato en boca de alguien, la simple palabra hecha sonido, sino que es la mismísima palabra hecha vida. El narrador es, en palabras de Benjamin, “el hombre que permite que las suaves llamas de su narración consuman por completo la mecha de su vida.” He aquí la relación artesanal que él encuentra en este vínculo narrador-narración. Es esta necesidad de incendiarse de palabras hasta expandir el fuego imposible de extinguir.


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